El milagro


Escondida entre las velas, Estrella ruega entre sollozos. Implora con ojos devotos a la figura hierática de María que mira al horizonte. Ha vuelto a beber, es cierto. Y ya no le regala aquellas caricias espontáneas. Pasa las tardes hundido en el sofá, atrapado entre imágenes vacías. Pero todo puede volver a ser como antes. Sólo hace falta un milagro. Un pequeño milagro.

El alcalde llega tarde. Se disculpa con una excusa ininteligible. Max ha llegado el primero. Luego, el secretario junto con el profesor de turismo, quien ha preparado la prueba. El alcalde preside el concurso. Abre con un gesto solemne los sobres con las pruebas y el secretario lee con parsimonia las normas del examen. Max constata la mirada de complicidad del alcalde con aquella joven de piernas inversamente proporcionales a la longitud de la falda.

El ventilador esparce las motas de polvo que el haz de sol ha convertido en gotas de oro. La joven morena se mira las uñas mientras repasa con desdén las preguntas. A su lado, un chico aún por hornear y lapidado por el acné no puede evitar deslizar su mirada hacia aquellas piernas infinitas. De hecho, doce de los trece aspirantes apenas pasan de los 20. Al fondo de la sala, Eduardo no ha levantado su mirada del papel desde que empezó la prueba. Hoy no ha bebido. Está cansado de ver los ojos tristes de Alba, su hija, cuando llega de madrugada con unas copas de más. Hace dos años que cerraron la empresa y hace casi un año que se cansó de vagar por las oficinas de empleo. Con cincuenta años y los pulmones anegados por el polvo, las puertas siempre están cerradas.

Eduardo conoce la región como la palma de su mano. Cada árbol. Cada hormiguero. Cuando era un niño, había convertido las rocas en un campamento. Desde el gran olmo había dado su primer beso. Entre esos campos de trigo descubrió los ojos de miel de Estrella y sus manos de harina. Y cuando Alba aún se dejaba abrazar, la acompañaba por el encinar hasta la poza. Por eso, cuando Estrella le comentó que el ayuntamiento convocaba una plaza de turismo pensó que podía ser su última oportunidad. ¿Quién conocerá mejor que él la comarca?. Pero las preguntas le hablan de yield management, de coopetencia, de sostenibilidad o de branding. Ni una sola referencia al Campanar del Carmelo, al Otero o al Olmo Viejo.

Por la noche, Max y el capellán juegan al cinquillo en el viejo casino, entre tragos de orujo y caladas de Ducados. La mayor parte de los campesinos han desertado y apenas restan algunos viejos frente a un vaso de vino.

- Mmmm. Murmuró el capellán. Proporcionar las respuestas de un examen en un concurso público. Sin duda es un delito grave.
- No se queje capellán. Usted ha roto el secreto de confesión. En todo caso, yo me las vería con la justicia terrenal. Pero usted debe rendir cuentas a la justicia celestial.
- Paso.
- ¿Cómo que pasa?. ¿No tiene usted el siete de espadas?. Ponga la carta y deje de hacer trampas.

La noche ha ido cerrando uno tras otro los restos de luz que aún tiritaban entre las rendijas de las ventanas. Es madrugada y Eduardo se levanta furtivamente mientras Estrella simula estar dormida. Arropada por el batín, mira sigilosamente cómo Eduardo estudia unos mapas de la comarca con la determinación de un mariscal de campo. Estrella vuelve a la cama y deja un reguero de lágrimas por el pasillo.

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